La escena bíblica del día de Pentecostés nos permite ver a un Dios que entiende que el idioma va más allá de la mera comunicación.
Tan solo unos días después de la muerte y resurrección de Cristo, el Espíritu Santo fue enviado, y con Él, la capacidad de los apóstoles de hablar en otras lenguas. Los visitantes presentes en ese lugar, que habían viajado de lugares tan lejanos como Irak, Libia e Italia, de pronto pudieron escuchar el mensaje del evangelio en sus lenguas maternas. Escuchar sobre Jesús de esta forma tan profundamente cercana sorprendió y maravilló a la audiencia en Jerusalén y produjo una certeza profunda sobre la veracidad de la misión que Jesús había encarnado. (El hecho de que estos visitantes probablemente pudieran entender el griego o el arameo, las lenguas predominantes en Jerusalén en ese tiempo, remarca esto).
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